Según una encuesta reciente de la firma Rasmussen Reports, el 40 por ciento de los estadounidenses tiene hoy una muy mala opinión de la gestión del presidente Barack Obama y solo el 29 por ciento la aprueba con entusiasmo. Se trata de la primera vez que el carismático mandatario encuentra sus índices de desaprobación en el terreno de los dos dígitos, en lo que los analistas describen como la factura que le pasa su tenaz defensa de la reforma al sistema de salud y su infortunada salida en el episodio del arresto de un profesor afroamericano en Cambridge, Massachussets.
El primer punto ya había sido la causa, la semana anterior, de un doloroso episodio para las aspiraciones del Ejecutivo. Douglas Elmendorf, el director de la oficina de presupuestos del Congreso, asombró a sus compañeros demócratas y a todo Washington al declarar que el plan de reforma de Obama no solo no lograría reducir los costos de la salud para las clases menos favorecidas, sino que desataría una tendencia al alza al aumentarle casi 250 mil millones de dólares al ya enorme déficit de la Nación.
Aunque su reforma avanza en el Senado -gracias en gran medida a la mayoría demócrata- para Obama es sumamente inconveniente que su proyecto bandera en lo doméstico se vea ligado de lleno con el tema del déficit, el cual constituye el principal reparo que sus detractores le ponen a su gestión. No en vano, la proporción de estadounidenses que consideran que el déficit debería ser la prioridad absoluta de la gestión del Presidente pasó del 12 al 24 por ciento en sus primeros seis meses de gobierno. Y es, precisamente, en ese aspecto, en donde Obama tiene menos para mostrar. Si bien ha afirmado que no planea dejarle esa 'herencia' a su sucesor, en la práctica no ha hecho mucho para respaldar su promesa. La semana pasada logró un éxito político al obtener del Senado la cancelación de una partida presupuestaria para la compra de aviones de guerra Raptor F-22. Obama amenazó con ejecutar su primer veto si el Congreso le enviaba, en la ley de gastos militares, una partida de 1.750 millones de dólares para la construcción de otras siete de esas aeronaves. Obama indicó que "el país no necesita derrochar miles de millones de dólares de los contribuyentes en armamento anticuado". Pero por sonoras que sean sus palabras, lo cierto es que los 1.750 millones que logró ahorrar con su amenaza no representan una porción significativa de un déficit que -según expertos- terminará este año siendo más de mil veces esa cantidad.
El caso de Obama no es único. El fantasma del déficit acosó en su momento a George Bush y a Ronald Reagan. Todos faltaron a sus promesas en materia tributaria, doblegados por la realidad de sus cuentas en rojo. Obama, está claro, recibió junto con las arcas desocupadas una especie de pase de una nación unida en su desaprobación del manejo financiero de Bush.
Pero después de seis meses en la Casa Blanca, Obama comienza a verse enfrentado con la realidad de los primeros balances sobre su gestión. Ninguna proyección, por optimista que resulte, aspira a que Obama pueda disminuir el déficit, siquiera, en un 50 por ciento. En el largo plazo, su éxito con la reforma de salud podría resultar terriblemente oneroso para las debilitadas cuentas de los contribuyentes. Lo que algunos críticos temen es que, a medio camino, el mandatario se vea forzado a abandonar algunas de sus ambiciosas metas y EE.UU. se quede, entonces, con una costosa reforma de la salud que termine beneficiando a muy pocos.
FUENTE: Cambio/Mundo (http://www.cambio.com.co/mundocambio/839/ARTICULO-WEB-NOTA_INTERIOR_CAMBIO-5730747.html)
